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"El narcotráfico en la novela colombiana"
y
"La virgen de los sicarios y la novela del sicario en Colombia
.
Lanzamiento de los libros
Lugar: Sala Diego Garcés, Biblioteca Departamental Jorge Garcés Borrero. Entrada libre.
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Lanzamiento de los libros
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*** 29 de mayo, 2014, Cali, 6:30 p.m.
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--- “La Virgen de los sicarios y la novela del sicario en Colombia” y “El narcotráfico en la novela colombiana”. De Óscar Osorio. Presentación de sus dos más recientes libros de ensayos. Presentan, respectivamente: Alejandro José López (Universidad del Valle) y Daniel Felipe Osorio (Universidad de los Andes). El primer libro, ganador del Premio Jorge Isaacs 2013, modalidad Ensayo, y editado por la Secretaría de Cultura del Valle. El segundo, editado por el Programa Editorial de la Universidad del Valle. Invita: Escuela de Estudios Literarios de la Universidad del Valle. Lugar: Sala Diego Garcés, Biblioteca Departamental Jorge Garcés Borrero. Entrada libre.
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Prólogo
"El narcotráfico en la novela colombiana"
"El narcotráfico en la novela colombiana"
Oakland University, EEUU.
Mucho se ha
escrito sobre el fenómeno del narcotráfico y sus diferentes facetas, que han
influido la historia, la economía y la cultura de Latinoamérica. El
narcotráfico simboliza las fuerzas destructivas de la globalización, cuyo
legado ha cambiado cómo se narra Latinoamérica. Desde la óptica poscolonial de
la metrópolis estadounidense, el narcotráfico ha transformado la manera en que
el Norte mira hacia el Sur. Desde luego, lo mismo se puede deducir en cuanto a
cómo el Sur mira al Norte, el cliente principal de la droga y su crítico más
implacable del desorden al nivel global producido por el narcotráfico
colombiano y ahora mexicano. Basta mencionar dos filmes sobre la temática narco
provenientes de Colombia y de los EEUU: El
Rey (2004, Antonio Dorado) y Blow (2001, Ted Demme). La producción
colombiana no deja de señalar que el narcotráfico estalló con la llegada de los
gringos del Cuerpo de la Paz a la tierra colombiana. En contraste, Blow presenta al narcotraficante
estadounidense (Johnny Depp) como un tipo ingenuo y bueno por naturaleza, en
contraste con sus contactos colombianos calculadores y despiadados, en fin,
mafiosos de verdad. Estos detalles son reveladores. No ha de ser fácil, pero es
necesario dialogar en torno a la producción cultural sobre el narcotráfico en
la academia colombiana y estadounidense para hacer obvios los prejuicios
nacionalistas y para abarcar esta temática como un problema compartido.
Con el Boom de la literatura latinoamericana
de los años cincuenta y sesenta y sus grandes maestros, como Gabriel García
Márquez, el mundo le dio buena acogida a la escritura latinoamericana,
ajustando su imagen de Latinoamérica ‒y Colombia desde luego‒ a una versión impregnada del realismo mágico, de
hombres ángeles descendiendo sobre los pueblos de la costa Atlántica, mujeres
vírgenes flotando hacia el cielo con sus sábanas a medio colgar, o patriarcas
que regían no sólo la humanidad sino el ritmo de la naturaleza misma. De una
manera semejante, la literatura del Boom
introdujo nuevas maneras de considerar el concepto mismo de la escritura, la
entrada de la gran narrativa que, de manera revolucionaria, rompió con los
moldes expresivos precedentes. Cabe mencionar las innovaciones de la técnica
narrativa que cambian el modo de contar,
la introducción del collage y del
habla vulgar, los juegos con el tiempo y la invitación al lector a reelaborar o
incluso re-escribir la historia. Este aporte modernista fascinó a los lectores
transnacionales y solidificó una imagen de Latinoamérica como una cuna de originalidad
y de suma potencia intelectual.
La violencia
del narcotráfico irrumpió en la realidad latinoamericana y cambió el rumbo de
las modas literarias. El realismo mágico y las novelas totalizadoras dieron
paso a la literatura de los barrios pobres, vidas sin futuro, del realismo
exacerbado en que se jugaba la existencia del ser humano y no el mito de la
humanidad. Llegaron textos impregnados de violencia, con perspectivas más micro
que macro, historias de la vida fugaz, encuentros y desencuentros entre la
clase privilegiada y los rechazados, escenas de la vida fácil ofrecida por el
dinero narco, de derroche, muertes,
corrupción, impunidad, y de la descomposición del tejido social. Se difundió el
parlache[1] y
la estética narco con sus personajes representativos: traquetos,[2] sicarios,[3] mulas,[4]
prepagos,[5] y
mujeres llenas de silicona. En fin, aunque se ha dicho mucho sobre cada aspecto
de la transformación de la sociedad por las fuerzas de narcotráfico, aunque el
tema inspira críticas—especialmente cuando se trata de la sobreexposición de
las narco telenovelas en Colombia—el fenómeno sigue vigente porque la
problemática redefinió la realidad contemporánea. Y la sigue influyendo.
Bien afirma Óscar ya de
entrada que la novelística de narcotráfico sufre del prejuicio de gran parte de
los críticos, no necesariamente por su calidad sino por su temática (21).
Aunque, para ser justos, la calidad a veces no logra impresionar, como fue el
caso de la novela de Gustavo Bolívar Sin
tetas no hay paraíso (2005). También una vertiginosa explosión de series
televisivas con una temática narco apabulló al público, inspirando quejas de
consumismo fácil, de la estupefacción de la producción nacional colombiana, y
de la repetición innecesaria de la misma temática de siempre, como si no
existieran otras cuestiones sociales dignas de explorar. De hecho, algunas
series bien hechas, como Pablo Escobar:
el patrón del mal (2012), son mal recibidas sólo por tratar del
narcotráfico. Parece que, en ciertos círculos, la representación de la
violencia social ofende las sensibilidades de los que tienen cierto concepto de
cómo debe ser la literatura. Es una tensión entre la aproximación prescriptiva
y descriptiva, donde esta última entiende la cultura como un fenómeno vivo, una
fuerza que se fomenta por su propia cuenta. Tal como muchos se oponen a la
temática narco en general para dejar atrás el estigma de la violencia social, otros
la rechazan por ser un caso de “pornomiseria” que se vende al mundo con
facilidad a través del sensacionalismo. Lo que queda evidente es que, sin
tomarse la molestia de sondear la profundidad sociocultural de este fenómeno,
los críticos de la temática narco revelan su ansiedad en cuanto a la imagen que
este tipo de cultura produce y, de paso, hacen un juicio de valor a priori de la novelística de
narcotráfico. Para los que se ocupan de la temática de la narcoviolencia, tal
actitud parece ser contraproducente, ya que negándose a dialogar sobre el
legado del narcotráfico que agudizó la disfuncionalidad social a niveles
alarmantes, uno se niega a aceptar la realidad.
Lo que más me
cautiva en el estudio de Óscar es su enfoque regional hacia el vasto corpus de las novelas sobre el
narcotráfico. Los textos analizados aquí provienen de y se concentran en la
costa Atlántica, Antioquia, Valle del Cauca, Eje Cafetero y Bogotá. La aproximación de Óscar es
original, minuciosa, y sumamente útil, dado que mucho se escribió sobre
Antioquia y bastante sobre Bogotá, especialmente cuando se tiene en cuenta la
crítica desde los Estados Unidos, pero muy poco sobre las demás zonas de
Colombia. Yo misma soy parte de esta tendencia. Ahora bien, el problema es más
de recursos que de falta de interés, ya que se trata de la cuestión de la
difusión de esta literatura: muy pocos textos literarios sobre el tema narco
llegan a los mercados extranjeros. De hecho, con la excepción de la ya canónica
La virgen de los sicarios de Fernando
Vallejo o del bestseller de Jorge
Franco, Rosario Tijeras, casi no se
ha estudiado otras novelas y la práctica
totalidad de éstas no están disponibles fuera de Colombia. Esta escasez
sin duda limita el éxito de varios escritores pero a la vez hace que el libro
de Óscar sea aún
más valioso e indispensable.
La mirada
panorámica de Óscar le permite diferenciar entre varias regiones en
cuanto a la actitud social hacia el narcotráfico, la que no siempre era
meramente negativa. De manera semejante, la división entre diferentes momentos
de la inserción del narcotráfico en la sociedad colombiana nos permite ver
cambios de actitudes hacia el desarrollo de este fenómeno: de la desestimación
de su potencia dañina en un principio, acompañada por la euforia del enriquecimiento
rápido y el ascenso social, a la sanción profundamente negativa y pesimista del
fenómeno por su debacle social. Por ejemplo, la perspectiva en las novelas
vallecaucanas Comandante Paraíso y Quítate de la vía, Perico es pro-narca, reflejando, como constata Óscar, “una
actitud social que en esta región silenció durante muchos años la
responsabilidad de los carteles de la droga en la violencia”, porque esta “fue
determinada, en gran medida, por la estrategia de inversión económica y de
inserción social del cartel de Cali, la compra de algunos medios de
comunicación y la cooptación de un importante sector del periodismo y la
intelectualidad vallecaucana” (40).
Con los casos
de Cali y Medellín (y sus respectivos carteles), Óscar hace resaltar cómo diferentes modos de la
inserción del negocio ilícito tanto social como financiera en diferentes
ciudades afectó la historia de la región y la manera en que se narra el
narcotráfico en su literatura. Es indudable que la implantación silenciosa de
los narcotraficantes del Cartel de Cali en la sociedad hegemónica vallecaucana
contrasta con la guerra desatada por el Cartel de Medellín contra el Estado. El
Cartel de Cali mostró prudencia, discreción, un bajo perfil político y destreza
en controlar la difusión de la información. La compra de La Revista del América
y del Grupo Radial Colombiano, por ejemplo, les ayudó a preservar el silencio y
ocultar la violencia que estaba destruyendo el tejido social de la ciudad (127).
Aunque reinaba el crimen y el terrorismo, la prensa hacía la vista gorda y la
literatura frecuentemente pintaba a los narcotraficantes y sicarios como
personajes honestos y aun positivos, pese a su patente criminalidad. Esta
actitud atestigua al proceso de la banalización del narcotráfico y la producción
de una literatura cómplice en Valle de Cauca (128).
El aporte de Óscar es
abarcador, enciclopédico casi, de la narco literatura proveniente de Colombia.
Las sucintas descripciones del argumento de cada novela acompañadas por un
análisis de la problemática social (la inmovilidad social, la ambición, o
proclividad a la ilegalidad, para mencionar algunas), hacen que el producto
final se convierta en un estudio contundente, detallado y a la vez
totalizador. Para los que no tenemos
acceso fácil a todas las novelas en cuestión, el libro de Óscar es una
invitación a explorar nuevos territorios. De igual modo, sus contribuciones
analíticas nos permiten ver coincidencias y contrastes entre diferentes
regiones y épocas; de esta manera se profundiza la vasta óptica de la temática
narco.
Por último,
si tuviera una sola crítica sobre este estudio, sería la omisión de El cronista y el espejo de Óscar mismo. A
lo mejor es un caso de modestia, mas cuán innecesario. Esta novela breve,
ganadora del XXXII Premio Cáceres de Novela Corta en España, en 2007, lleva al lector al mundo caleño impregnado de
violencia arraigada en la historia de Colombia, desde la época de La Violencia
hasta los finales del siglo XX. El enredo entre sus personajes principales ‒un intelectual y el matón más peligroso de la zona,
dos hombres cuyos caminos se entrecruzan en la niñez y otra vez en la vida
adulta‒ encapsula la
complejidad de la violencia y el efecto que esta tiene en el destino de uno,
sin que importe su formación. La trama muestra una degradación atroz, donde la
víctima y el victimario se reconocen en su fascinación por una vorágine de
destrucción contagiosa, una condición extrema que consiste en hundirse en el
abismo de la agresión perpetua. Esta revelación alude a la preocupación
subyacente en la novelística del narcotráfico, de que la violencia quizás sea
innata al pueblo colombiano, un aporte tan apoyado como descartado por los
intelectuales e historiadores. A lo mejor, las heridas provocadas por la
violencia desgarradora de la época de La Violencia no han cicatrizado aún en
Colombia, pero la pulsión mortífera se puede aplicar a la humanidad entera.
Recordando las palabras de Freud según quien, además del impulso hacia la vida,
lo que nos rige es el otro hacia la destrucción, a lo mejor nos conviene
aceptar que Eros y Tánatos son nuestra condición primordial que se repite a
través de los siglos y países.
[1] El parlache es un dialecto social propio de las comunas de Medellín,
especialmente de las juventudes marginadas. El libro El parlache de Castañeda y Henao indaga en profundidad esta
realidad lingüística.
[2] Con la palabra traqueto se designa tanto a los capos grandes como a los medianos y
a los sicarios (Luz Estella Castañeda y José Ignacio Henao 26). Así, el tipo
social que designe esta expresión tiene que dilucidarse en el contexto donde
aparece. Aquí se remite a mafiosos que no alcanzan la categoría de capos.
[3] Sicario viene
del latín sicarĭus (que designaba al asesino en la antigua Roma), que a su vez
se derivaba de sica (un puñal curvo de punta afilada que usaban estos asesinos
para ultimar a sus víctimas).
[5] La expresión prepago para referirse a prostitutas de alto nivel se
popularizó en Colombia en los años noventa.
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NTC ... NOTA:
EL TEXTO ANTERIOR FUE PUBLICADO TAMBIÉN EN AuroraBoreal:
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NTC ... ENLACES sobre Óscar Osorio:
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NTC ... NOTA:
EL TEXTO ANTERIOR FUE PUBLICADO TAMBIÉN EN AuroraBoreal:
Por ALDONA BIALOWAS POBUTSKY
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NTC ... ENLACES sobre Óscar Osorio:
20 de junio de 2008
30 de agosto de 2013
Publican y difunden
NTC … Nos Topamos Con …
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